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martes, julio 01, 2008

Una tarde de invierno


Corría el año 2004, era pleno invierno cuando una tarde de sábado, luego de una triste discusión de toda la noche, con la angustia pegada en el pecho y un dolor inexplicable de no tener ninguna certeza, tomé una mochila y me fui al mercado de Iquique. Me paré en la esquina y dije: “Necesito salir de esta ciudad”. Lo primero que ví fue una Van que decía “Mamiña” y me fui a comprar un pasaje, me instalé en un asiento y recorrí más de dos horas en medio de los cerros y las quebradas.

No recuerdo nada, sólo que ya con la noche entrada, quedaba sola en el vehíulo. En algún momento el chofer me pregunta “¿Dónde la dejo señorita?” … -No sé- “Pero cómo, va a algún lugar especial?”… -No-

La verdad ni palabras ni ideas salían de mí, al parecer mi cara demostraba toda la tristeza del mundo asi que el chofer dicidió dejarme en un hotel y encargarme a una señora que me atendió muy bien, me llevó a una pieza de 2 camas en el segundo piso, que tenía un balconcito que daba al patio frontal donde se podía observar todo el valle.

Esa noche fue un mar de lágrimas… lloraba con desgarro, con el alma atormentada, con los pesares de un camino lleno de nubes. Sin embargo, no sabía bien de dónde provenía mi pena, era una mezcla de dolor por no sentir el amor (que había pero no se dejaba alcanzar) de un hombre bueno pero lleno de desvarios, por tener ganas de buscar nuevos horizontes pero el miedo de dejar mil días de amores y una vida al lado de aquél a quien tanto amaba.

Esa noche era 28 de junio… del 2004 aún lo recuerdo, pues ese día la U había ganado una nueva estrella, y aún yo siendo una aguerrida colocolina, me había alegrado en honor a algunos fanáticos que se habían quedado en mi recuerdo del pasado sanfelipeño.

No sé cómo, ni de dónde había sacado el número, sólo recuerdo que en medio del patio del hotel había un teléfono público al cual caminé sin titubear con $200 en la mano y la convicción de llamar a alguien del cual no sabía nada hacía muchos años… ¿Por qué esa noche me acordé de él? Ni idea, nunca logré explicármelo, sólo recuerdo que sentí la imperiosa necesidad de llamarlo para decirle “Hola, Feliz Cumpleaños, ganó la U” Sonó y sonó el teléfono, pero nunca nadie contestó.

Al volver a la pieza, tomé lápiz y papel (cosa que jamás falta así vaya de paseo a la esquina) y comencé a escribir una carta de despedida. Larga y triste como las cartas llenas melancolia y nostalgia de sueños deshechos, dónde le pedía a Dios nuevas ganas de vivir, nuevas sonrisas y nuevas ilusiones; le pedía valor y fortaleza para volver a ser la niña sonriente y llena de energía que alguna vez había sido… “Quiero todo nuevo, quiero un nuevo amor”…

Esas hojas quedaron marcadas con mis lágrimas, pero cuando la terminé supe que esa noche mis plegarias no eran en vano, sentí que en ellas se iba una parte de mi corazón destrozado y que la vida jamás volvería a ser la misma.

Al día siguiente, con mis ojos hinchados, salí a recorrer el pueblo que es un lugar lleno de árboles de tamarugos, piedras blancas y adoquines en la plaza. Con olor a huevo podrido producto del azufre que tiene el agua. Me fui a las termas y en la tarde una jóven del pueblo me dio un masaje con aceites naturales que me hizo dormir el resto de la jornada.

Al anochecer salí a mirar las estrellas al balcón, estaba frío pero agradable. De pronto, abajo entre los árboles apareció un hombre, no recuerdo cómo es que llegué a sentarme a su lado en unos banquitos debajo del árbol que cubría la fuente donde salía agua caliente. Al rato me saqué los zapatos y puse los pies en la fuente para capear el frío. Hablábamos de arquitectura, de construcción de viviendas sociales, de políticos, de cotidianeidad iquiqueña… tan encantada estaba de poder olvidar un poco mi pena que cuando el agradable desconocido me propuso ir a caminar por el pueblo que estaba oscuro y silencioso como cementerio (a las 9 paraban los generadores y en ese pueblo no se vían ni las propias manos) me pareció una buena idea.

Subí a la pieza, me puse el bikini… caminamos y luego ya quisimos ser más osados… como unos perfectos ladrones nos metimos a los “Baños chinos” un recinto donde la gente se llena de barro (al parecer con elementos curativos) y luego se meten a las piscinas de agua caliente.

Tenía miedo, pero mi cuerpo y mi alma estaban tan congelados que nada me parecía malo ni real, era como estar en un cuento de dibujos animados… o una película de ficción.

Logramos entrar, muy callados pues en algún lugar no muy lejos era probable que hubiera un guardia… Nos sacamos la ropa a pesar de los 4 grados de temperatura y nos metimos a la piscina de agua caliente. Fue una experiencia maravillosa, la noche estaba negra como viuda, las estrellas brillaban intensas, el agua cubría mi cuerpo y todo era perfecto. Entonces el desconocido me dice: “Jueguemos: Tú y yo no nos conocemos, inventemos una historia, lo que sea, un nombre, un lugar, sueños y una nueva realidad” Estuvimos fantaseando horas, la piel se nos empezó a poner arrugada, la madrugada avanzaba y los perros a lo lejos ladraban… a veces se escuchaban pájaros y ecos… Todo era un sueño, yo era una princesa que caminaba por París, él era un viajero que recorría el medio oriente investigando construcciones antiguas… Esa noches está en mi mente como un video en cámara lenta, no tengo ningún atisbo de realidad… sólo recuerdo la sensación del agua y las estrellas fugaces.

No sé que hora sería cuando decidimos salir del agua, me puse la ropa sobre el bikini mojado… nos saltamos la reja, la acequia y nos fuimos corriendo al hotel. A pesar que el desconocido me pidió que durmiera en su pieza (en la cama de al lado) para seguir la charla, yo anduve reaccionando y me fui rauda a ocultar en mis sábanas.

Al otro día en el desayuno supe que el único bus que salía del pueblo no podía subir por un derrumbe… En la ciudad todos me buscaban, él jamás supo que hubiera dado mi vida porque llegara a buscarme… Ya era lunes y momento de volvera a enfrentar el destino. Me vino la desesperación y no tuve más opción que ser simplemente una patuda y encaminarme a la primera mesa y pedir auxilio. Una pareja de calameños me dió un aventón hasta Pozo Almonte, luego un bus me llevó hasta Iquique de regreso.

No recuerdo como fue el encuentro con sus ojos, sólo sé que le dí la carta llena de lágrimas y esa misma noche se fue a dormir a la otra pieza.

A los 2 meses justo, apareció otro hombre en mi vida, que una tarde cualquiera me dijo: “Debes haber pedido con mucha fuerza esto, porque el amor que te tengo es muy grande”.

Moraleja: En un sistema cerrado, nada se crea, nada se destruye, todo se transforma.

“Supe que de algún lejano rincón, de otra galaxia
El amor que me darías
Transformado volvería
Un día a darte las gracias.

Cada uno da lo que recibe
Luego recibe lo que da
Nada es mas simple
Nada se pierde, todo se transforma”

(Jorge Drexler)
 
posted by Victoria Lantter at 10:17 p. m., |

3 Comments:

escuche de tú boca esta historia y aun tengo el tono de tú relato dándome vueltas, sé que tienes que haber sufrido mucho.
Hay cosas que mejor son olvidarlas, envolverlas en un lindo papel y guardarlas en el cajón de los recuerdos por ahí...

fueron y no serán...

pa'delante no má, mija!
pa'delante!
Ufffff no te imaginas cuanto soñé con tu historia... Un relato hermossissimo que recalca tu grandeza, tu fuerza, tu valentía...
Es increible como en este post y el último que hiciste (una tarde de invierno) invocas casi desesperadamente al CAMBIO...
Cariños amiga