(San Felipe y Valparaíso)
La previa de Navidad, un tanto exaltada y calenturienta, me llevó a centrarme en lo realmente importante… Salir del mundo real y sumergirme en el mundo paralelo de los puntos de colores que pululaban por mi cabeza. Escapar del ruido y soñar con una piscina de jugo de frutilla, esperar que alguien llegará (que no fuera la vecina a avisar que las llaves llevaban 12 horas en la puerta) aún cuando no deseaba a nadie cerca de las cosquillas debajo de la lengua y la sensación del temblor en todo el cuerpo… finalmente la sorpresa del cuidado siempre es confortable.
Con esos síntomas, agarré algunas cosas luego de la reponedora “sopita de pollo” y la compañía de las chicas (aún cuando no recuerdo nada de lo que hablamos esa tarde), y una vez más, me fui al hogar.
Una noche tranquila, con los niños disfrazados y la misa navideña llena de colores y música, la pequeña iglesia llena de gente y las “angelitas” de la familia adornando el entorno.
Nuevamente la representación, los textos y los personajes que llevamos años de años repitiéndo como sagrada tradición, como si nuestra propia historia no fuera la misma sin haber pasado por ese pesebre de paja traída de la casa… Cómo si no recordara las veces que con el Mauri, mi primo, hicimos de María y José recorriendo las calles de Jerusalén. Y así, las generaciones anteriores y las futuras hasta hoy, y probablemente, el resto de años que le queden al mundo.
Unos días de dormir y respirar aire puro, un tanto malhumorada y silenciosa, sintiéndo que la vida se pasa inexorable por las venas de mi gente que amo con el alma, pero que sin desearlo cuestiono con la razón más rigurosa de la existencia. Las niñas y la alegría de jugar y reír sin parar.
El Puerto estaba esplendoroso, colorido y alegre. La noche fue para salir de farras a celebrar un cumpleaños de una amiga de antaño, que aparece como muchos otros rostros que van y vuelven.
El Carnaval estaba en su máxima expresión, las calles llenas de challa, de máscaras y gente bailando por todos lados. Recorrimos las calles al compás de las alegorías de escuelas de samba, de cueca chora y tango villero. Las batucadas inundaban todas las plazas, donde las marionetas y las máscaras llenaron de magia el caluroso día.
Estuve ahí, mirándo a los hombres “Voladores”, en el rito sagrado donde se rinde culto a la divinidad para unir el mundo “de arriba” con el de “abajo”, dios y hombre en un vuelo peligroso.
Estuvimos ahí, a metros, rindiendo culto a los caminos que se juntan y se separaran…
Un intenso y significativo fin de año, al son de la cueca y el puerto tan lleno de ese olorcito a trasnoche.